
La evaluación inicial del alumnado nunca debería entenderse como una calificación, y mucho menos numérica. Su finalidad es diagnóstica, no certificadora
En nuestro sistema educativo, la evaluación del alumnado siempre ha girado en torno a la obtención de un resultado, generalmente cuantitativo, donde la diferencia entre quien «sabe» y quien «no sabe» la marca la calificación de cinco puntos. De hecho, la ciudadanía entiende perfectamente el significado que tiene la obtención de una nota numérica sobre diez sin necesidad de que nadie explique a qué se refiere.
En el actual marco curricular derivado de la LOMLOE, la calificación del alumnado es de tipo cualitativo, con variaciones según la comunidad autónoma. Estas incluyen, junto a las calificaciones de insuficiente, suficiente, bien, notable y sobresaliente, la referencia numérica asociada con fines meramente informativos para las familias y el alumnado. No se trata de algo ilegal, sino que, dentro de las competencias autonómicas, se considera que la información llega mejor a través de un valor numérico.
Ahora bien, ¿qué sucede en la evaluación inicial?
El propósito fundamental de la evaluación inicial, que se realiza al comienzo de cada curso, no es que el alumnado y sus familias conozcan cuál es su punto de partida en conocimientos o destrezas, ya que esta información suele quedar reflejada en el boletín de calificaciones del curso anterior. Su finalidad es aportar información al profesorado sobre el nivel inicial de cada alumno para, a partir de ahí, diseñar una estrategia pedagógica y didáctica que se plasmará en la programación docente, junto con la metodología más adecuada para lograr que el alumnado alcance los aprendizajes correspondientes a su nivel o ciclo.
En otras palabras, emitir una calificación, ya sea numérica o cualitativa, al inicio del curso carece de valor. Al contrario, refuerza en el alumnado la idea de que lo importante no será el aprendizaje, sino la certificación de un resultado, y que cuanto más próximo esté al 10 o al sobresaliente, mejor.
Imaginemos la situación: un alumno realiza una prueba inicial de matemáticas sobre los criterios de evaluación del nivel anterior. En septiembre obtiene un resultado y comunica en casa que ha sacado un cuatro. ¿Qué información real transmite eso a su familia?
La reacción más habitual, en una familia implicada en la formación académica de su hijo, será la preocupación y, en muchos casos, la búsqueda de apoyo externo mediante clases particulares o academias, con el fin de que, cuando lleguen los exámenes «que sí cuentan», ese cuatro se convierta en un aprobado.
¿Es útil esa forma de proceder? ¿Refuerza el aprendizaje competencial?
La respuesta es clara: no.
El aprendizaje competencial que promueve el actual diseño curricular requiere detectar, mediante los instrumentos que el profesorado considere más adecuados, el nivel de conocimientos, habilidades y destrezas previas del alumnado en relación con las competencias clave. Algunas de ellas resultan especialmente relevantes, como la competencia en comunicación lingüística y la competencia matemática. Lo importante no es trasladar esta información al alumno ni a su familia en forma de nota numérica, sino identificar qué aprendizajes aún no están adquiridos y deberían estarlo, como resolver problemas sencillos aplicando estrategias de cálculo mental o redactar mensajes breves para transmitir información.
Emitir una calificación en este momento solo refuerza en el alumnado y en las familias la idea de que el esfuerzo durante el curso debe orientarse hacia la consecución de una nota que garantice, al menos, el aprobado. En cambio, cuando se señala qué aprendizajes no se han adquirido y deben alcanzarse, el foco se sitúa en lo verdaderamente importante: qué hay que aprender y cómo va a planificarse la estrategia didáctica para lograrlo.
La normativa actual contempla la evaluación inicial en estos términos, y la prueba más evidente es que no se emite un boletín de calificaciones para trasladar resultados al alumnado ni a las familias, como ocurre en el resto de evaluaciones. Esto se debe a que la evaluación inicial tiene un valor diagnóstico dirigido exclusivamente al profesorado, que necesita conocer la situación de partida para poder planificar de manera adecuada el desarrollo del curso.
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